Gritas y no te oigo, pero grita que te escucharé
Gritas y no te oigo, pero grita que te escucharé. Te daré tiempo para que te expreses, para que me expliques. Puede que lo hagas gritando. Puede que calles y me mires. Hazme una señal y me sentaré a esperarte. Te escucharé. Te dedicaré minutos, horas, días si es necesario para que puedas hacerte oír entre tanto ruido, entre tanta gente. Pero de tí espero que grites y que hables.
A veces el que más grita no es el que más dice. A veces el que nunca grita es el que desea hacerlo más. No hay una fórmula establecida para determinar si el que calla es porque algo esconde o si el que grita es porque tiene la necesidad imperiosa de explicar al mundo grandes cosas. Puede ser, simplemente, una falta de educación, una manera habitual de comunicarse con los demás. Puede que no tenga cosas que revelar.
El hecho es que no sabemos ver las señales que los demás nos mandan cuando no saben hacerlo de otra manera, cuando les faltan herramientas para venir y decirnos: ‘Necesito hablar contigo. Algo me preocupa. No estoy bien.’ Y si hablamos de adolescentes o niños…¡ya ni te cuento!
Los humanos somos una especie realmente complicada en este sentido. Vivimos aparentando. Crecemos demostrando. Permanecemos en estados indeseados por agradar a algunos. Y no nos escuchamos. Y lo mismo pasa con los demás. Y no vale hacer una fotografía del que grita y colgarla con los que fotografiaste gritando. Vale indagar y conseguir que deje de hacerlo. Que sepa expresar. Que hable.
Saber mirar, observar y escuchar al otro es una habilidad que puedes tener integrada en tu manera de hacer o puedes, sin más, carecer de ella. Lo que está clarísimo es que se puede aprender y aplicar en tus relaciones personales desde ya. Hoy mismo. Entras en un nuevo nivel personal. Entras en la piel de otro.
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