Hemos desempolvado un concepto siempre usado, aunque con sus tiempos de gloria y de penurias. Es una moda o una manera de ser, pero el Efecto Pigmalión no se inventó ayer. No es una técnica novedosa ni un reciente estudio de universidades gloriosas. Es una manera de hacer y actuar de unos cuantos, que a muchos otros les iría bien tomar nota de los básicos del mismo.
Quien más quien menos conoce el concepto. Y algunos hasta hemos tenido el placer de ver los resultados geniales al aplicarlo.
Para quien no tenga una idea clara, tal efecto trata de utilizar el puro y basto sentido común. Y es tal la obviedad de su uso y lo real de sus resultados que merece incorporarlo en uno mismo.
Consiste en creer en otro. Hacer saber que la persona que tienes ante ti es capaz de conseguir su reto. El cumplimiento de una perspectiva deseada. Solo con la mera idea de creerlo y transmitírselo, hace más alcanzable y real el objetivo propuesto. Y, claro está, hay que verbalizarlo con fuerza, interés y confianza para que la persona a quien se dice lo crea y lo asuma. Y el mensaje debe decir también un ‘No pasa nada si, aun intentándolo, no llegas a conseguirlo. Porqué es ya muy heroico tratar de llegar. Es de valientes. ¡Eres valiente!’
Aunque subrayo que nada tiene que ver el Efecto Pigmalión con la idea de querer que el otro cumpla expectativas. Es un error muy común pensar en esta línea. Se trata de dar alas a los deseos e inquietudes de otra persona que le falta ese empujón para llegar. Creer en él. Dar confianza. Dar acompañamiento. Transmitir valor y fuerza. Ofrecer la mano y estirar para dar inercia al movimiento. Aportar seguridad y minimizar los miedos que le privan a avanzar.